lunes, 12 de marzo de 2012

LEYENDAS

EL KAKUY

El canto de este pájaro selvático, muy parecido a un llanto humano, ha dado lugar a la invención de uno de los mitos más bellos del norte argentino.

El norte argentino está colmado de leyendas y la del kakuy es una de las más conocidas. Cuenta la historia de dos hermanos huérfanos, un varón y una mujer. Se dice que él era muy trabajador y luego de cada jornada de trabajo en el monte, volvía a su casa con regalos y flores para su hermana. Ella era más joven que él, era haragana y desagradecida, nunca lo esperaba con comida o siquiera un poco de hidromiel para beber. Una vez, el joven le pidió a su hermana que le sirviera algo de comer pero al traer la vajilla, accidentalmente tropezó tirando todo al suelo. Esta situación, muy frecuente, hizo que la paciencia del chico llegara a su límite.

Un día de duro trabajo volvió a su casa agotado, encontró todo desordenado, sucio y sin nada para comer. Cansado de aguantar los maltratos de su hermana, decidió vengarse. Una tarde, el joven le pidió que lo acompañara a buscar lechiguana (miel) y se internaron en la espesura de la selva hasta llegar al pie de un enorme quebracho de grandes ramificaciones. La chica comenzó a subir el árbol ayudada por un lazo del monte que el joven había tendido de una de las ramas. Una vez que su hermana estuvo cerca de lo más alto de la copa el chico retiró el lazo para que no pudiera bajar.

Ella comenzó a llorar y a gritarle: ¨ ¡Túray, túray!¨, que en quechua significa hermano. La joven comenzó a llorar tan desgarradoramente que se la podía oír a leguas. De a poco el lamento se transformó en una especie de canto. La muchacha empezó a sentirse extraña y de sus brazos comenzaron a brotar sedosas plumas morenas, sus pies se transformaron en garras, su boca mutó en un pico, sus ojos se empequeñecieron de tantas lágrimas y así quedó convertida en un pájaro nocturno.



LA LEYENDA DEL CRESPIN


 Cuando entramos a la espesura del monte santiagueño sentimos la compañía de un pájaro que en su canto podemos oir como un quejido: "cres-pin, cres-pin”.....y su sonido se va perdiendo en la inmensidad de la selva....y recordamos la historia de una joven llamada Cipriana.

Hace mucho tiempo, a orillas del Río Salado, se levantaba un humilde rancho y allí vivía una bonita joven morena de nombre Cipriana. Todos los días, bien temprano, llevaba a pastar su tropilla de cabras y al caer el sol las reunía  nuevamente y volvía a su casa. Su marido también sale bien temprano de cacería y no vuelve hasta bien tarde.

Una tarde, en su rutinaria tarea, Cipriana oye a lo lejos el sonido de un tamboril. Una fiesta, un baile. Y Cipriana ama la danza. Corre hacia su rancho, encierra las cabras en el rústico corral. Sujeta su pollera, acomoda sus largas trenzas negras y sujetas sobre su cabeza. Busca su caballo y de un salto comienza el galope hacia el baile. El sonido del tamboril era su guía. Se une a un grupo de jinetes que van al baile.

Estallan los petardos en el alegre rancho en donde Cipriana y los jinetes llegan. El sonido del tamboril, la guitarra y el festejo de los danzantes se mezclan. Cipriana se une al grupo de bailarines y con fresca sonrisa comienza sus graciosos movimientos al compás de la música.

Bruscamente los tamboriles se detienen. Se interrumpe el baile. Los jinetes van al galope en búsqueda de alguna noticia. Algo ha sucedido en las cercanías. A la espera de noticias el baile recomienza. Cipriana vuelve con su frescura poniendo pasión en la danza. Llegan algunos rumores de que el marido de Cipriana está herido en un rancho vecino.

Se había caído de su caballo que chocó en un tronco escondido en la espesura. Un pastor lo había encontrado al ver a los buitres dando vueltas en un cadáver con las entrañas destrozadas.

Las mujeres lo velan y se lamentan en largos sollozos. Pero Cipriana está entregada a la danza. Las viejas mujeres le previenen pero ella en el encanto de la danza les responde: "hay demasiado poco tiempo para divertirse y siempre demasiado para llorar". Pero el castigo llegó por esas palabras imprudentes. Cipriana fue convertida en un pequeño pájaro pardo con plumas manchadas de lágrimas blancas y cada año en el aniversario de la muerte de su marido, Cipriana, la pequeña "Ci-prín" o se lamenta de las alegrías perdidas de la danza...o llora finalmente a su marido en una queja, como un suave sollozo: "cres-pín...cres-pín”.

LA TELESITA

La ternura popular la apodó Telesita, aunque no faltó quienes le dieran nombre y apellido (Telésfora Castillo) para certificar su existencia.

Telesita, la niña que danzó hasta morir

 Cuenta la leyenda que vivía en la espesura del monte, del cual salía al escuchar los acordes melodiosos de la música. Sola, descalza y desgreñada llegaba y se ponía a bailar. Bailaba sola, embriagada en el delirio de la danza. Al amanecer partía rumbo a su monte familiar, por las costas del Río Salado.


En una fiesta no apareció. Los paisanos, extrañados por la ausencia, salieron en su búsqueda. Sólo encontraron su cuerpecito calcinado por las llamas.

Murió joven, casi una niña. Y desde ese día los paisanos la recordaban en todas sus fiestas. La recordaban de la manera que a ella le gustaba: bailando y cantando, disfrutando de la vida.

¡Quién sabe donde nació su culto! Tal vez fue casualidad, tal vez fue el destino, pero el pedido casi milagroso hecho a la pequeña Telesita se cumplió.

Y poco a poco el baile fue tomando su nombre. Y había más gente que pedía. Que pedía lluvia, que pedía encontrar un animalito perdido, pedía por su salud deteriorada, pedía todo en el fragor del baile.

Este es un baile mágico, con un toque cabalístico ya que el promesante debe bailar siete chacareras y tomar él y su compañera después de cada vuelta, una copa de vino o licor; si llegara a sobrar los únicos que pueden beberla son los músicos.

Las "telesiatas”

 No tienen lugar ni fecha particular, están presentes todo el año. El promesante ofrece al baile, la música, el vino y las velas que se consumen en su honor.

Finalizando el baile se quema un muñeco de paja que la representa y que durante toda la fiesta está colgado en el alero del rancho, con una cortinita blanca detrás.

Aquí nuevamente están presentes los símbolos: el “blanco” de su pureza y virginidad, el “fuego” de su martirio y purificación y a la vez el elemento que la hizo deidad en la creencia popular.


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